Es una observación común la de que el verdadero conocimiento de las cosas sólo
se logra con la experiencia de su frecuente trato, cuando hemos llegado a
adquirir con ellas una cierta connaturalidad, por la que efectiva y
propiamente se realiza su personal asimilación. Esto, que en general acontece
en todo orden de asuntos, vale, de una manera especial, para la esfera de los
conocimientos científicos, que son los más difíciles de conseguir. Dé ahí que
la comprensión de la naturaleza y sentido de una ciencia sea más un resultado
tardío y reflexivo -sobre la base de un previo cultivo de la misma-, que no
una labor enteramente apriorística y montada al aire.
Sólo, pues, tras haber filosofado, y no de cualquier modo, sino de una manera
insistente y tenaz, puede llegarse a la posesión de una idea auténtica,
realmente vivida, de lo que es la filosofía. Sin embargo, tan cierto como esto
es que, sin una “idea previa”, todo lo modesta que se quiera, de lo que es una
determinada actividad científica, se nos hace imposible acometerla, cualquiera
que sea el grado o la medida en que ello se intente.
De ahí la conveniencia, en nuestro caso, de una inicial aproximación a
la esencia del saber filosófico.
En general, toda definición puede verificarse de una doble manera: como
definición nominal o como definición real, según se atienda,
respectivamente, a la palabra o nombre con que designamos a una cosa, o a la
propia y formal constitución, cuya esencia se busca, de la cosa nombrada. La
definición nominal ofrece, pues, la significación de una palabra; en tanto que
la definición real es expresiva de la esencia de una cosa.
Conviene, pues, que antes de elucidar la noción esencial de la filosofía, se
considere aquí la significación de la palabra con la cual la nombramos. Pero
la propia definición nominal es susceptible, a su vez, de dos modalidades: la
etimológica y la sinonímica, según que el método de que nos valgamos
para manifestar la significación de un término sea el recurso a su origen, o
la aclaración por otras voces más conocidas y de pareja significación.
La definición etimológica es una especie de genealogía verbal; una cierta
hermenéutica histórica de las palabras. La de la voz castellana “filosofía” no
es otra que su procedencia de la latina philosophia, eco, a su vez, de
la voz griega de análogo sonido. El término griego φιλοσοφία es un nombre
abstracto, en cuya composición interviene, junto a un término derivado de una
raíz que significa, en un sentido amplio, lo que en castellano “amar”, un
ilustre vocablo -el de σoφíα-, cuyo equivalente latino es el término
sapientia, que traducimos por "sabiduría". Filosofía es, así,
etimológicamente, el amor o tendencia a la sabiduría.
Es explicable que la voz σoφíα aparezca en autores que no usaron el término
compuesto. Pero el sentido de la palabra σοφία era muy amplio y comprensivo en
sus orígenes. HOMERO la empleaba para designar, en general, toda habilidad,
destreza o técnica, tales como las que poseen los artesanos, los músicos y los
poetas. HERODOTO llama σoφóς a todo el que sobresale de los demás por la
perfección y calidad de sus obras. Análogo sentido tuvo en sus comienzos
el término σοφιστής, antes de revestir la significación peyorativa a que se
hicieron, en buena parte, acreedores los intelectuales zaheridos por PLATÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario